Nuestro Señor quiso que su iglesia reflejase al mundo la plenitud y suficiencia que hallamos en él. Constantemente estamos recibiendo de la bondad de Dios, y al impartir
de la misma hemos de representar al mundo el amor y la beneficencia de Cristo.
Mientras todo el cielo está en agitación, enviando mensajeros a todas las partes de
la tierra para llevar adelante la obra de redención, la iglesia del Dios viviente debe colaborar también con Cristo. Somos miembros de su cuerpo místico. El es la cabeza, que rige todos los miembros del cuerpo. Jesús mismo, en su misericordia
infinita, está obrando en los corazones humanos, efectuando transformaciones
espirituales tan asombrosas que los ángeles las miran con asombro y gozo. El mismo
amor abnegado que caracteriza al Maestro se ve en el carácter y la vida de sus
discípulos. Cristo espera de los hombres que participen de su naturaleza divina,
mientras están en este mundo, de modo que no sólo reflejen su gloria para alabanza
de Dios, sino que iluminen las tinieblas del mundo con el resplandor del cielo. Así se cumplirán las palabras de Cristo: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mat. 5: 14).
(Exaltad a Jesús Octubre 2 )
Así como muchas partes componen el cuerpo humano, así también la multitud de cristianos son un cuerpo en Cristo. Cristo es Aquel que une y fortalece a todo el conjunto de creyentes. Compárese con la descripción que hace Pablo de Cristo como la cabeza del cuerpo, y todos los miembros sometidos
a él (Efe. 1: 22; 4: 15-16; Col. 1:18). Esta unidad de la iglesia cristiana implica
la dependencia mutua de sus miembros.
Puesto que todos pertenecen a un solo cuerpo, como individuos se pertenecen mutuamente. Por eso Pablo exhorta a los creyentes a que colaboren, cada uno en su
debida esfera, para el bienestar común de la iglesia.
El mismo objetivo
viernes, 7 de noviembre de 2008
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