Madera Amorosa

viernes, 31 de julio de 2009


Yo estuve ahí. No logro digerirlo del todo. Aunque ya hay distancia y tiempo se me sigue poniendo chinita la piel cuando lo pienso.
La cruz, ¿cómo decirte? es una náusea. Nos mataron a Jesús ahí y era como si nos mataran a nosotros mil veces.

Como ángel que soy me tocó estar en el lugar. Ya sé que resucitó; válgame, no tienes que decirlo, si yo veo a Jesús todos los días, más vivo que nunca, con toda la salud de que es capaz y trabaje y trabaje en el santuario celestial (Hebreos 4:14-16). Pero no se me olvida la cruz, disculpa; quizás soy un tanto impresionable.
¿Creíste que no nos duele sólo porque estamos en una esfera superior, por decirlo de alguna manera? ¿que en esta dimensión (uso tus palabras) no se nos agita el alma ni se nos estruja el espíritu?
Te diré que no sólo lo sentí vívidamente, también me abrumó. No lo entiendo aún del todo. No tienes idea. Yo vi a Jesús crear el mundo, las cosas, todas; él sopla y la gente vive. Se supone que él no puede morirse. Se supone que no podían matarlo.
Entender cómo fue posible me cuesta, pero más saber por qué lo odiaban tanto. ¿Qué trauma horrible de la infancia proyectaban para haberlo tratado así? ¿qué salvaje retorcimiento los hizo matar la vida? Qué atrevimiento y qué miseria. En ese rato nos mataron a todos. Cuando Jesús dejó de respirar y el corazón se rindió me sentí sofocado y enceguecido. No había futuro posible.
Pero caray, que resucitara el domingo siguiente fue un alivio que no te imaginas; una bocanada de aire después de estar sumergido en aguas profundas, sucias y frías. Fue un alivio, un alivio, un alivio. Jesús vive, ahhh.
Algunas veces quisiera que se hubiera conservado la cruz, para acercarme, pasar la mano por la madera, lastimarme con alguna astilla, que me duela y sangre un poco para comprender. Todo fue por rescatar a mis hermanos, los seres humanos, para que ellos no sufrieran el horror cósmico que realmente merecen.
Jesús debe quererte montones para haber hecho eso.



Alberto Moncada

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