¿Qué significa verdadera humildad?

lunes, 13 de julio de 2009


Recientemente nuestra iglesia celebró la Santa Cena y durante ese momento Dios me impresionó con el significado del Rito de Humildad o lavamiento de pies. Si no conoce la historia la puede encontrar en Juan 13. Todo lo relacionado a la Cena del Señor se encuentra en Mateo 26, Marcos 14 y Lucas 22.

Jesús y sus discípulos se reunieron para cenar juntos por última vez durante la Pascua. Él les había dicho que debería sufrir y morir, pero los discípulos pensaban solo en sus egoístas ambiciones.

Cada uno de ellos esperaba ser el más importante en el reino terrenal que creían que Jesús iba a establecer. Mientras tanto, el agua, la palangana y la toalla para el lavamiento que era costumbre utilizar con los huéspedes, aún estaban intactas. En ausencia de un sirviente para que realizara esa sucia tarea, ni uno solo de los orgullosos discípulos se rebajó a servir a los demás. Sabiendo que necesitaban desesperadamente una última lección de humildad, Jesús comenzó a lavar los pies de ellos en forma silenciosa.

Comencé a examinarme a mí misma. Pensé que era humilde debido a que no me importaba hacer ese sucio trabajo de vez en cuando. Usted ya sabe, hablo de servir en la iglesia, ofreciendo mis servicios de vez en cuando, ese tipo de cosas. Pensaba que “ganaba puntos” al esforzarme un poco más y hacer alguna obra de servicio, aunque fuera inconveniente para mí. Sabía que había sido humilde porque no me jactaba de ello (por lo menos, no en voz alta).



Orgullo Socialmente Aceptable

Al orar por ello descubrí que estaba equivocada. Esas cosas eran un buen comienzo, pero Jesús me llama a realizar algo mucho más profundo que la humildad en áreas que quizá no reconozca como llenas de orgullo.

La humildad verdadera no disfruta en secreto de la comparación con demás. ¿Recuerda la parábola que contó Jesús acerca del Fariseo que le agradeció a Dios el no ser tan pecador como el cobrador de impuestos? (Lucas 18:9-14).

La verdadera humildad no requiere un argumento como última palabra. Jesús no lo hizo. Durante su juicio no se defendió –no abrió Su boca– cuando fue acusado por los sacerdotes y ancianos (Mateo 27:12-14).

La verdadera humildad no pone los ojos blancos ni se siente mal, desairada o insultada cuando hay algún inconveniente. En vez de eso, pone la otra mejilla y camina la milla adicional tal como Jesús lo recomendó en el Sermón de la Montaña (Mateo 5:38-42).

La verdadera humildad nunca fija logros personales basados en la apariencia ni en las posesiones –ni siquiera en la privacidad de su propia mente. Se enfoca hacia los demás y hacia arriba, hacia Dios. Después de todo, el primer y más grande mandamiento es adorar al Señor nuestro Dios con el corazón, con el alma, con la mente y con todas nuestras fuerzas. El segundo mayor mandamiento es amar a nuestro prójimo como a sí mismo (Marcos 12:29-31). Ambos son casi imposibles de cumplir si no mira más allá de usted mismo.

Lo desafío a orar por la humildad y pedir que Dios le muestre incluso el orgullo “socialmente acceptable” que acecha el corazón.

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